Técnicos de todas las orientaciones vienen preocupándose y ocupándose fuertemente de los problemas de trabajo. No únicamente de los que puedan estar provocando la pandemia, sino de los que podía preverse en forma previa a la misma se iban a generar por impulso de cambios varios, en la sociedad toda y en los modelos de producción en general.
No parece posible seguir pensando que la pandemia es una cuestión meramente coyuntural. En realidad los efectos que provocara hicieron más visibles situaciones preexistentes y apuraron decisiones pero, además, con el desarrollo de la misma fue posible evidenciar que muchas cosas cambiaron para siempre. Y en el mundo de la producción y el trabajo se produce una fricción fuerte, que vincula dos aspectos inseparablemente. La productividad y de la mano de la misma, la educación.
La productividad de los Estados, de sus empresas, públicas y privadas, de sostén y desarrollo unas de otras, y la productividad del trabajo, entendida como la cantidad de valor que le agrega el factor trabajo al producto final. Es de hacer notar que la productividad en nuestro país se ubica muy por debajo de la de otros países, incluso de la Región. Esto va de la mano con la sostenida caída en los niveles de educación, o sea, de la formación, elemento central y decisivo en los índices de productividad.
Una educación alejada –o por lo menos no suficientemente cercana- a las exigencias del mercado laboral.
Los programas no se adaptan a los nuevos requerimientos. Parafraseando al Prof. Raso en cita al sociólogo Fernando Filgueiras, tenemos alumnos del Siglo XXI, profesores del Siglo XX y programas del siglo XIX.
Y esto se agudiza y visualiza más nítidamente en la educación pública y en particular en la universitaria. Mientras las Universidades privadas han ido innovando en sus programas y ofertas adaptándolas –aunque en forma muy tímida y aún insuficiente- a las demandas del mercado, la pública (como consecuencia directa de su burocrático funcionamiento) ha mostrado poca versatilidad.
Resulta ineludible dirigir y adaptar la formación atendiendo los cambios y las nuevas herramientas tecnológicas.
Porque la incorporación de tecnología en el trabajo demanda un operador calificado de la misma, y esto se obtiene en forma previa, en la etapa de formación. La complejidad de las herramientas tecnológicas demanda una necesaria formación previa, inserta en planes bien definidos en esa orientación.
Hoy se agrega valor incorporando tecnologías e, incluso, se logra la inserción a las cadenas de valor global (o sea, al mercado global) a través de aportes tecnológicos.
Uruguay en principio puede aspirar a ser proveedora de esas cadenas.
En cuanto al mercado interno, insoslayable en sectores como turismo, salud y cuidados, el mismo camino. La incorporación de tecnología y formación no le resultan ajenas.
En un mundo en el que el conocimiento tecnológico es un elemento central, no solo para producir, sino además para hacerlo en forma más eficiente, lo que se traduce en mayor productividad, el énfasis debería estar puesto en la formación laboral. En el sentido más amplio y profesional del término.
No obstante, no se percibe el esfuerzo en ese sentido y se sigue insistiendo en una formación dirigida a una realidad que ha quedado atrás.
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